Una economía atrasada, incapaz de satisfacer las necesidades del pueblo.
Una oligarquía terrateniente sólo preocupada por sus beneficios e incapaz de los cambios más elementales.
Una estructura social con abismales diferencias entre ricos y pobres, con una pequeña oligarquía poderosa, unas clases bajas en continuo crecimiento, una clase media insuficiente para servir de elemento equilibrador.
Una polarización de la sociedad en dos bandos, la derecha y la izquierda entre las que existía una fuerte tensión.
La cuestionada legitimidad de la II República, el cambio del régimen fue de dudosa legitimidad, porque se produjo en unas elecciones municipales (no generales), las del 12 de abril de 1931, sin conocerse los resultados definitivos del escrutinio.
El proceso revolucionario, los obreros y campesinos se lanzaron en brazos de la Revolución en 1934 para solucionar su mala situación socio-económica, ante la falta de soluciones de la clase política. Socialistas, comunistas y anarquistas alentaron el proceso revolucionario ante la inacción o la pasividad del Gobierno frentepopulista.
El anticlericalismo, los republicanos desarrollaron una política represiva contra el clero católico, mediante la disolución de órdenes religiosas, la incautación de bienes eclesiásticos, la prohibición de ejercer la enseñanza y el desarrollo del laicismo pleno de la sociedad. Además, la Iglesia sufrió ataques violentos contra sus templos y clérigos por parte de las masas revolucionarias.
El analfabetismo, la falta de cultura democrática en una sociedad con un alto procentaje de analfabetismo suponía un obstáculo importante para la consolidación de la II República. El analfabetismo constituía un caldo de cultivo para el triunfo en la sociedad de ideologías extremistas de izquierdas (comunismo) y derechas (fascismo), ante la falta de soluciones a los graves problemas de España.
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